¿Sabías que alguna vez las calles de Tecomán eran de pura arena? arena del mar, como si anduvieses caminando por Pascuales. Y en aquel arenal se hundían los pies de Seferina, una madre que cargaba a su hija enferma envuelta en un rebozo. Caminaba desde la actual Col. San Antonio, que en aquel tiempo eran jacales y monte, hasta el portal del centro donde había un médico. Con lo poco que ganaba la mujer apenas cubría los gastos médicos de la niña que cada día se ponía más delicada de su padecimiento, entonces llegó el día en que el médico la desahució.
—Yo la verdad no creo que la niña viva más de un mes, señora. Espero que comprenda la situación y se haga a la idea—Le dijo.
Seferina ya no volvió con el doctor y se quedó rezándole a la Virgen de La Candelaria la iglesia con su hija enferma. El médico miraba desde su consultorio lo que hacía aquella madre, y una ocasión, el doctor cruzó la calle para decirle a la señora:
—Señora, rezándole a sus monos de yeso no le va a servir para curar a su hija. Ya le dije lo que tiene su criatura, así que ya no pierda el tiempo con esas cosas.
Seferina no le dijo nada al doctor y se perdió entre las calles.
El anda de la virgen siempre ha sido de madera, en aquellas épocas la sacaban a las 4 de la tarde y la gente caminaba detrás de ella cuando todavía había coliguanas y primaveras silvestres. Tecomán del ayer, te vas yendo de nosotros, ya no hay jacales ni estaques, ni veredas ni bejucos. Siempre recordaré que en tus arenas se hundían los huaraches de los pobres y los zapatos de los ricos, todos por igual, unidos por la misma fe.
Un dos de febrero, el médico miró a Seferina con su hija ya grande, totalmente sana, iban detrás del anda rezando un rosario. Entonces el doctor se metió todo nervioso y asustado a su consultorio y nunca más volvió a hablar del tema. Al año siguiente, al doctor lo vieron cargando el anda de la virgen. A pesar de todos saber las creencias del doctor, y a pesar de saber que ese galeno anduvo en la guerra cristera matando cristianos, nadie le preguntó nada ni le hicieron algún comentario al respecto. Y con el tiempo también lo comenzaron a ver todos los domingos en la misa, sentado siempre hasta mero atrás, unos dicen que todavía renegaba de su fe, otros afirman que le daba vergüenza que la virgen lo mirara de frente y a los ojos.
Leyenda popular del municipio de Tecomán, Colima, México.
En la versión del escritor colimense Osvaldo Mendoza